6 de agosto de 2011

Taxi para 3 (2001)

IMDB ¿Volante o maleta machucao? 


Parece indispensable antes de comentar, y sobre todo juzgar, una obra de cualquier tipo (cine, libros, pinturas, etcétera) tratar de entender el contexto en que esta ha sido concebida. Ahora, no pretendo (nunca) hacer un análisis exhaustivo de la obra y vida de Orlando Lübbert, ni tampoco remontarme a los inicios del cine chileno. Porque de asumir aquello como requisito para escribir en word y publicar en blog, no tendría el derecho de estar acá. Y además porque no me parece necesario. Mi fin no es ser un catedrático del cine ni crear documentos cual historiador del arte. Al fin y al cabo lo espectacular del cine, y quizás de cualquier forma de arte, no es la cantidad de reflexiones, ni la medición en profundidad de estas, sino su efecto más inmediato; eso que se siente en las escenas que más nos gustan, esa inmersión absoluta en lo que se dice y lo que se ve, la sensación de estar tan concentrado que los ojos se te salen del cuerpo y las pupilas se pegan a la pantalla. Son los delirios luego de la función y el éxtasis por encontrarle un lugar a la ficción en los espacios abiertos de la vida real. Es, por sobre todo, el gusto de revivir las imágenes, de comentarlas, de volver a reírse con sus chistes, de viajar en la micro y recordar y emocionarse (un poquito). Es cerrar el reproductor y sentir el placer de volver a ver en el acto de escribir.

Pero ya me fui por las ramas. Cine chileno, para allá íbamos.

El consenso colectivo, que no por ser popular es informado o acertado, tiende a catalogar al cine chileno de periférico, de ser un cine que debería representar un país pasa a un cine de lucha de clases y de capital. A ello se le suma el sexo, que casi como requisito simbiótico, viene a conformar la luminaria fundamental de su narrativa.
La verdad es que poco . Y sobre todo (o sobre menos) de cine chileno es que no sé. Pero creo que para decir que el cine chileno tiene una historia, exponentes y obras que abarcan mucho más que la clase y el sexo, hace falta nada más que conexión a internet, un navegador y un par de clicks. La opinión sin embargo, el débil consenso popular, es de alguna manera coherente. Después de todo somos el pais menos latinoamericano de latinoamerica. De jaguares poco tenemos, y mucho de chihuahua gringo. Somos el país que optó por la maleta. Nuestros cines y nuestra televisión, que son el canal de distribución más directo, están repletos de productos extranjeros formulados y reformulados. Cosa que no sólo se aplica al cine, sino también a la música, a las modas, a la información de los noticiarios, a los malls, etcétera. Exploited. Por lo que la crítica fugaz; el desprecio al producto nacional, y bienvenida a la imagen fancy reconocible (que mal que la formula extranjera sea la cara familiar) tiene algo de lógico.

Taxi para tres tiene poco y nada de explotado. Al final cualquier cine puede ser explotado, cualquier género, cualquier idea. Hasta el más noble y menos pretencioso de los actos puede ser convertido en una formula cuando las estadísticas advierten que la gente está dispuesta a gastar y enganchar con ello. Ejemplo local: La serie infieles, que mucho tiene que ver con el consenso, lo chileno y lo popular.
En Taxi para 3 si bien hay sexo, con suerte se ve un pezón. Si bien hay disparos y una persecución, poco énfasis se le da. Si bien se comenta el asunto de la educación, la pobreza y la desigualdad, aquello no queda en más que una conversación completera de chistes esporádicos. Hay viajes por el centro y por poblaciones, hay mote con huesillo, hay arrollado, hay lenguas que se arrastran y lenguaje popular, pero todo como parte de la ciudad en que se vive, se convierten en elementos inherentes a lo que se está filmando, es la decoración de un set de edificios grises, ferias verduleras, caminos de tierra y de gente bien chilena también; aquellos extras que nadie contrata, los que ven una cámara y son capaces de correr tras un lada por la pura sorpresa que le asalta el barrio.

El carácter del robo lo encuentro notable, el taxista Ulises (Alejandro Trejo), cuando es asaltado lo toma sin mayor sorpresa. En el auto los cabritos se ríen y él les pide que no asalten a la señora, pero no con un tono amenazador ni tampoco con uno de víctima. Etcétera. A lo que voy es que el asalto no agarra el tono de un thriller sino el tono de un tipo que vive en una población en donde el asalto (sin pasar por encima sus tintes reales), quizás (porque tampoco he vivido ahí) es algo que se conoce y sobrelleva.
La película tiene en sí un tono ameno, esa es la palabra. No llega a ser comedia, pero tampoco un drama. Está en la línea media, ahí en la aduana, como que entra y como que sale. Pero puede ser también una herramienta ambigua, que en vez de acercarnos termine nublando el rollo. Cuando Ulises encuentra al Coto con su hija dentro del taxi se saca la correa y la escena cambia; la furia de Ulises derrapando por los caminos de tierra no se entiende; y el final, el maldito final. En ese sentido las cosas se vuelven extrañas, por un lado las pistolas con sus balas y los cuchillos con sus amenazas no tienen mayor énfasis, lo cual logra eliminar la pretensión de la película comercial. Y por otro está la exageración de ciertos momentos dramáticos, cuando cruza la línea que yo aplaudía por no haber cruzado. El final, narrativamente, creo es el mejor final que se podría haber tenido, sin embargo la música sobreactuada y aquel flasback a los buenos momentos en fantasilandia le da un toque infantil a su realización. Así mismo como pasa cuando el Coto está enfermo y le cuenta sobre su papá que elevaba volantín. Busca dramatizar, busca las lágrimas, pero lo hace con poca honestidad; y eso es lo peor, cual adulto que busca lo que quiere mediante súplicas quinceañeras.
De esa forma es que Lubbert, el autor y director, parece a veces dar instrucciones desde la maleta del lada. Con su silla lejos, revuelta, a un costado de los caminos de tierra.

Si hay algo en particular que me gustó creo serían tres cosas. Primero, la filmación: varios planos originales, informales, poco educados. Segundo y esencial, sus personajes: todos entrañables, con excepción de los adolescentes que son un cliché en el guión y un desagrado en su actuación. Y tercero, una escena, un momento. Llegan el Chavelo (Daniel Muñoz) y el Coto a la casa de Ulises a pedirle alojamiento hasta que las cosas se calmen en la población, Ulises les dice que claro, los acerca a una pieza, y una vez que se encuentra de vuelta en el pasillo ve la puerta abierta de la pieza de su hija con ella durmiendo medio desnuda sobre la cama, el asunto se vuelve obvio, la música lo anuncia, y la pantalla parece temblar. A partir de eso el asalto lo sufre también en su casa, se llevan a su hija, a su mujer, su puesto frente al televisor, le roban su dignidad como diría el chileno patriarcal. 

Ah, y la música de Joe Vasconcellos, bien.