14 de julio de 2012

Balnearios (2002)


Entrevista

Voy a ser sincero, y aunque pueda sonar a esa grandilocuencia sesgada e infantil de esos videos de youtube que dicen: BEST MOVIE ESCENE EVER!!, debo decir, porque es necesario, que Balnearios es, sino la más grande, al menos una de mis más reveladoras epifanías cinéfilas del último tiempo. Y por varias cosas, claro. Pero para ser general, ya que estamos en la introducción, diría que después de tanta película independiente con aires bressonianos y planos silentes, el método Llinás, que se plantea con la consciencia del cine como un artefacto, hay que recibirlo con más que souvenirs de festival y abrazos de galardón. Esto, en caso de dudas, no significa que tenga algo en contra del cine independiente al que estamos acostumbrados, ese de personajes sin mucho que decir y a los que la vida tampoco les tiene preparadas grandes cosas. Sería una inconsecuencia. En varias entradas anteriores (por no decir la mayoría) es precisamente esos ejercicios –bien realizados, claro- los que he levantado. Pero pasa con todas las cosas que después de tanto repetirse, si es que no aburren antes, se empiezan a hacer mal. Como si pasáramos un día entero diciendo ‘estrellado’ pensando que no nos vamos a equivocar. Con el pasar de las decenas empezaríamos a decir ‘trellao’ o ‘strilliado’ o ‘esrallo’, por no decir que la empresa ya es ridícula y tediosa. Nos empiezan a mirar raro y olvidamos porqué empezamos. Un aplauso por los cambios.

Este, es un film sobre los Balnearios, dice al comenzar la voz en off, cautelosa y de siglo pasado, acompañada del metraje viejo y desgastado, como de bañistas adinerados que han venido al mar a probar la curiosidad del cine a mano; película casera de tiempos lejanos. En el final de este pequeño segmento con título implícito, y luego del discurso solemne y sociológico casi filosófico que viene a plantar la duda sobre la naturaleza de los balnearios, la voz dice: y este film habla de todas estas cosas, como repitiéndonos lo consciente que está sobre los recursos del cine. Pero ese elemento, la introducción al film, tampoco termina ahí, el título y su presentación formal también forman parte de ello. Me refiero a que luego de tanta formalidad y solemnidad con las palabras, que la tipografía sea de diseño marino y despreocupado refleja el contraste que se usará en adelante; la apariencia del documental y la mente de la ficción, de lo que sale ese humor y esa esencia particular. Llinás.

La primera historia se llama Historia de Mar del Sur. Una historia sobre un hotel en el que divergen negocios, pistolas, sangre, incendios, femmes fatales, crímenes, juegos, prostitutas, cartas, firmas, un panadero, un uruguayo, pasiones, investigaciones, fiestas, y el joven G. con una obsesión. Inexplicablemente, entre esos empresarios y hombres de negocios, logra colarse un muchacho arrogante y aventurero, de aires rebeldes y desafiantes, sin experiencia alguna en los negocios pero con una marcada pasión por el hotel, dice el nuevo narrador. ¿Suena conocido? Los ecos del thriller neo-noir se escuchan en todo el edificio. Pero más allá de la historia y el uso del género, destaca la estructura del cuento en cuestión. De elementos particulares saltamos hacia atrás para ver que Llinás no sólo ha fusionado ingredientes para darnos una cena distinta, sino que demuestra en la apertura que además de tener aptitudes para la cocina, tiene la gracia de saber contarla. En principio el narrador, cual guía turístico, da la entrada a la curiosidad contando un poco lo que interiorizamos adentro. De hecho afirma que, para ponernos a tono, todo lo que se cuenta en este film es cierto, aunque por ratos no lo parezca. Luego el rasgueo trepidante y ¡paf! El señor G. en el hotel, en el ahora, abriendo ventanas, abriendo puertas, corriendo tablas, abriendo puertas, cerrando puertas. Eso es todo lo que hace, y ese, precisamente, es el chiste. El recurso temporal de mostrar el presente del personaje le da la verosimilitud. Llinás no necesita mayor sustancia que esa para convertir una mera anécdota de la ficción en una anécdota de la realidad. No es que el señor G. no haga nada, es que hace cosas sin sentido; así se demuestra el truco.
Mientras van y vienen los giros imprevistos y sin mayor explicación, comienza a sonar una canción que presenta la historia de los dos jovenes. La historia continúa y una vez que llegamos al desenlace –por respeto intento no lanzar muchos datos- la canción vuelve a aparecer pero con los subtítulos de la letra. Habla de ellos dos: de los sentimientos de la francesa por el joven y solitario G. Así la historia ya completada adquiere ribetes sentimentales y personales, se da paso al imaginario y en nuestra mente volvemos atrás para agregar datos de otras tonalidades. Y sólo por una canción. En general las voces –no me refiero a las voces en off- del resto del film son un tanto planas, en cambio acá creemos escuchar a Llinás en el joven G., en la francesa fatal, y también en sus sorpresas: el final por ejemplo. Una vez que la canción termina saltamos al presente con el señor G. subiendo la aguja del tocadiscos y guardando en un cajón el desparramo de papeles, cartas y, justamente, las fotos que se usaron para contar la historia. El señor G., antes de cerrar, toma mate riéndose del absurdo.

Una voz de frases golpeadas, serias y documentadoras. Es el ejercicio casi científico por describirlo todo. La narración grave y detallada vuelve ridículos e irrisorios los objetos más frecuentes. De hecho a veces, no hay mucho que decir. Estas hileras pronto se duplican, y-triplican. A mediados de diciembre están…listas, explica la construcción de los puestos de feria playera; es el episodio de las playas, el tracto más documental de todo el film. Documental porque nos cuenta cosas que conocemos, no se pierde –bueno, a ratos sí- en las extravagancias de la ficción. Para los que han conocido la playa como un ejercicio habitual y familiar van a haber momentos iluminadores de por qué, a pesar de la playa, arena y sol, se volvía tan tedioso el ritual. Pero para los que no la conozcan, o no se reconozcan, con la próxima visita no podrán evitar prestar ojo a los protocolos y sus actores. La estacada del quitasol, un ejercicio relegado al varón; las caminatas eternas y repetitivas por la costa; los personajes como, el bañero; los niños con sus insólitos y elásticos juegos; y etcétera. Una descripción exhaustiva de la fauna playera que contrasta con lo fantástico de la historia siguiente: Miramar. Un pueblo que se hundió en el mar pero que nadie recuerda por qué; una Atlántida sin sus palacios ni tesoros, una Atlántida pobre, nos relatan en el fondo. Sin embargo, si el relato nos parece entrar en terrenos que sobrepasan nuestra fé, tenemos dos actores que, como la calcomanía del censo, nos dicen que esto es legal. Explícitamente, el caballero del bote, y en un nivel más silencioso y visual, el buzo que ilumina los edificios bajo el mar. Se vuelve dudoso, no sabemos qué tanto es mentira y verdad. La verosimilitud es abierta de mente, los acepta a todos.

Toda maravilla tiene sus manchas y puntas picoteadas. Zucco, el último episodio, pierde el matiz. Es el personaje de provincia que nos acerca un poco a la Argentina, y que a pesar de tener sus momentos, estos se vuelven un tanto forzados; esa risa que no marca el momento para reír sino que es-la-risa funciona sólo al principio, porque al principio lo conocemos poco. Las obras metálicas de Zucco y sus pinturas son risibles, pero aún así se nota que, al menos con esta muestra, Llinás tiene mayores aptitudes para contar historias y jugar con estas que para crear un personaje. El epílogo, sin embargo, funciona a la perfección. Se despide con la sonrisa del juego; de lo que se muestra, de lo que no y de lo que se cree; de la expectativa.

Suficiente muestra para escuchar con ganas y, bueno, también un poco de miedo a la tortura, las 4horas de Historias Extraordinarias