7 de julio de 2012

Salsipuedes (2012)



Son tiempos violentos. Ahora (y quizás siempre) cuando gritas buscando tus derechos es un palo y un chorro de agua el que te responde, no la cara del responsable. Mientras en los colegios hablan de guerras mundiales como anécdotas del pasado, al otro lado del mundo hay quienes continúan taladrando tierras con una metralleta en la mano. En la tele explotan los femicidios y el cinismo de varias políticas descarrila a los buses en la noche, mientras el bullying, como el compañero de intercambio, se sienta en los matinales a conversar. Sentimos que sabemos cómo disparar un arma, y también que encontrar un brazo mutilado en el basurero del pasaje no nos sorprendería tanto. Nos creemos más violentos de lo que somos. ¿Cuántas veces has peleado? Y cuesta diferenciar los recuerdos de las ficciones con los empujones furtivos en la básica. Por eso, después de tanta violencia explícita y mentirosa enmarcando los desayunos, recreos y viajes de todos los días, Salsipuedes exhala las consecuencias y las dinámicas que explican más que un cuerpo con sábana blanca a un lado de la calle.

En la escena inicial el contraste juega de la misma forma que la violencia posterior. Mientras suena un reggaetón en la radio, tenemos de frente en un plano fijo, el perfil angustiado y sugerente de Carmen (Mara Santucho). Sabemos de antemano que es una película sobre la violencia a la mujer, por lo que las suposiciones sobre la tristeza de Carmen desembocan todas en un mismo lugar, más aún cuando Rafa (Marcelo Arbach), su pareja, está en el fondo de la imagen clavando con una piedra las estacas de la carpa. Todo está insinuado, y es confirmado una vez que, por los reclamos de la carpa vecina, Rafa se sube al auto para apagar la radio. Adentro la imagen se vuelve asfixiante; le dice hermosa en un tono cómico mientras le toca la cara y le insiste, con la distancia de un especialista, que no se siga tocando o le van a quedar marquitas. Carmen gira la cara y se asoma el rostro golpeado.

De haber usado una cámara más libre en vez de los planos fijos, habría parecido documental porque el tratamiento, desde el guión, se monta con una postura no intrusiva. Es un retrato que además de no hablar de los moretones externos, tampoco te habla de los internos. Es más bien el relato de una dinámica, una dinámica por cierto focalizada; los involucrados de segunda clase son la madre y la hermana de Carmen, no hay nadie más, se podría esperar la postura del observador, el testigo del maltrato, pero no pasa; esto es un día de relajo en el camping con la novia, la suegra y la cuñada. Lo externo es sólo un paisaje.

La madre (Mariana Briski) llega y después de verle una basura en el ojo nota el moretón. Nada mamá, me caí en bicicleta. ¡Pero qué boba que sos, cómo no ponés las manos Tutuca! O algo así. Lo siguiente es mandar a Coco (Camila Murias), la hija menor, a buscar una crema al auto que como le contaba una amiga, hace maravillas. Así mientras maquillan la desgracia, damos cuenta de que la madre se hace la tonta y la hermana chica bromea con la obviedad de la situación. Aquí hay un plano fijo al rostro de Carmen mientras conversan; lo más cercano a una cámara intrusa por revelarnos en su pura observación las expresiones de Carmen frente a las bromas y los recuerdos de lo que pasó (más adelante está también este plano sobre su madre). Todo esto a la vez que se ríen de las vecinas y las mujeres de la familia para olvidar sus desgracias, recalcando que por no tener marido están gordas, solas o tristes. Notamos a Carmen tan cínica y desagradable como los demás, y eso es bueno, no queremos héroes ni victimas de intachable moral; la realidad se vale de matices para ser real. Sin embargo la búsqueda por refugio aflora: en un momento le dice a su mamá que la ama mucho y que le gustaría volver a vivir con ella, a lo que ella le responde con alguna negación, rechazando su abrazo y diciéndole que se vaya a hacer otra cosa, igual como más adelante esquiva su cabeza sobre su hombro en el lago. Así, haciendo caso a la tradición, damos cuenta que Carmen es igual con su hermana chica. ¡Qué pendeja mala onda! Así nunca vas a estar con nadie, le dice. Es probable que su madre sea también una mujer golpeada y que la casualidad de la crema sea en realidad una constante en su cartera.

Los colores y algunos cuantos encuadres son bien femeninos, lo que hace de contraste –otra vez- con Carmen, que de entre su cabeza despeinada y su pesado rostro resalta. El mejor ejemplo es el grupo que estaba al frente en el lago; los más vivos colores de una playa californiana.

Rafa es un tipo intrusivo, ácido y de un humor violento. Le dice a Carmen que si su madre y su hermana no encuentran comida en el almacén, entonces pueden comerse su salchicha. Y después del sexo anterior a la escena final le dice que tiene la vagina nauseabunda, que hay olor a muerto, que por qué no se lava etcétera. Sin embargo el acto final no funciona como desenlace de escape ni como acto de quiebre. Después de que Rafa desconecta las llaves del auto se nota que Carmen ya no es cómplice sólo en su silencio, sino también con la decisión sobre sus actos. Son pareja en un consenso mutuo, no hay castigo ni evasión.

Salsipuedes, escrita y dirigida por Mariano Luque, se presentó en la competencia argentina del BAFICI luego de haber sido seleccionada en la Cinéfondation de Cannes y haberse ganado los elogios de otros varios festivales. La vi luego de Lima Independiente y es sin duda una de esas películas que deberían tener mayor circulación. 

2 de julio de 2012

Verano (2011)


CineChile

Seré breve.

Esta película está muy lejos de ser como el anterior largometraje de Torres Leiva. Los planos largos y silenciosos que embellecían al sur y daban espacio a la contemplación, y por consecuente a la reflexión, fueron sustituidos por imágenes que simulan a las películas caseras que, precisamente, abundan (o abundaban) en verano. Son imágenes que nos relegan al ámbito de los recuerdos, desde donde emanan su nostalgia, y también al terreno íntimo de los hombres, desde donde afloran sus sombras y fantasmas. Se entrega uno y se pierde otro. Sin embargo la queja reside en otro punto, no en la decepción del fan que esperaba una continuación del primer encuentro, sino en el ejercicio mismo. Sabemos ya que el tempo y la visualidad de El cielo, la tierra y la lluvia han sido despreciados en favor de las sensaciones de la historia, pero entonces, cuando nos encontramos frente a un guión con varios personajes en que la línea de demarcación entre primario y secundario es difusa, uno espera que el valor de no encontrarse en la historia misma, bifurque hacia la caracterización y curiosidades de estos sujetos. Sin embargo – y aquí creo entra una ración de gustos y de la forma en que cada uno se conecta con la pantalla- falta esa seducción. Cuando hablamos de personajes necesitamos de momentos que los hagan expresar su sicología, y que así, con el correr del montaje, se vayan matizando hasta hacerse auténticos. Si no son excéntricos seductores entonces que sean vivos individuos, y lo último al menos sucede con Julieta Figueroa, el único personaje que extiende sus brazos a lugares en los que no estaba en un principio, mientras el resto del reparto se queda flotando junto al calor de las parrillas o los castillos de arena golpeados por el mar. Alguien podría pensar que esto quiere ser un retazo emocional del Verano, de hecho, es lo que la mayoría debe haber pensado antes de entrar a la sala, pero tampoco sucede, el estado inocuo al llegar los créditos es muy distinto al olor a tierra mojada que te impregna El Cielo. Incluso esta historia y ejercicio está más cerca de Turistas que otra cosa ¿Dije que Alicia Scherson fue la productora?.

Aunque los planos cercanos y palpitantes impidan la contemplación, existe la intención conceptual de acercarse a esos estados internos por los constantes planos del ojo humano. Pero a veces no hay peor tropiezo que la intención fallida o el concepto paralizado. Y si de continuaciones se trata, además del tema de la incomunicación que encuentra sus mejores expresiones en los silencios –que redundante-, están esas anécdotas intimas o momentos tiernos, parecidos a los que provoca Wong Kar-wai. En El Cielo la primera conversación es sobre el sueño de una de las chicas, donde inventaba la mantequilla y se hacía millonaria. En Verano, de entre otras cosas, alguien habla de cómo le decían cuando chica que no se comiera las semillas de la sandía o le crecería un árbol en el estómago, mientras otra intenta enseñar a su amiga (no recuerdo bien quién era) a doblar servilletas como le enseñaron en el restorán, pero tampoco se acuerda bien.

Dos pasos atrás y la nostalgia por lo pisado, chamuscado, abandonado.