15 de julio de 2012

El Sol en El Sol del Membrillo (2008)


Entrevista

Proyección: 1. Lanzamiento, impulso hacia adelante o a distancia, 2. Formación de un plan para lograr un objetivo, 3. Imagen proyectada por medio de un foco luminoso sobre una superficie, 4. Repercusión, trascendencia. Sea cual sea la preferencia por la definición, está claro que todas apuntan hacia el mismo lugar. La pura imagen mental asociada al concepto sugiere un punto que, a partir de un lugar inicial, se alarga, se extiende, por las superficies siguientes. Freud, de hecho, ha cooperado en traspasar el concepto de la materialidad a la mente. Para el psicoanálisis la proyección es un mecanismo de defensa por el cual el sujeto, en vez de girar su atención a sus deficiencias, las proyecta en un sujeto externo, evitando de esta forma la angustia de reconocer sus deseos inaceptables para el consciente. Por ejemplo, si somos profundamente individualistas pero de acuerdo a nuestras normas conscientes esto es castigado, entonces tenderemos a culpar y menospreciar a los demás cuando sintamos, percibamos, actitudes individualistas en ellos, sin necesidad de que en realidad sean así; el mundo se conforma a través de nuestra subjetiva percepción. De esta forma evitamos la angustia de aceptarnos, y a la vez vamos conformando nuestro mundo con personas que aprobemos y que, en consecuencia, no nos recuerden nuestro turbulento inconsciente. Jung también se agarró de esto cuando fundó el concepto de la sombra, que como imagen describe a la perfección el mecanismo; hacia atrás, oscura, y proyectada. Con esto último –sin ánimos de divagar- lo que quiero decir es que existe en nuestro inconsciente, como una cualidad primitiva, la necesidad de proyectarnos y así entendernos. Es más fácil mirar hacia afuera que hacia adentro. De allí que nos construyamos observando al otro; imitando y comparándonos. Cuando vemos a nuestros padres, a nuestros amigos, nos vemos a nosotros también. Aunque es en el arte donde el asunto se vuelve más obvio y didáctico; primero fueron las sombras y la pintura sobre la cueva, ahora es el cine y la cibernética.

El sol del membrillo (1992), el falso documental de Víctor Erice, expone todo lo anterior: la empresa de un hombre por proyectar un membrillero sobre un lienzo, y la imposibilidad de ser un amante fiel a la realidad. Teniendo en cuenta que ganó el Hugo de oro al mejor largometraje de ficción en el Festival de Chicago de 1992, y la naturaleza de, por sobre todo, las escenas finales –desde cuando López García se decide por sacar los membrillos del membrillero, como izando una bandera blanca frente a la batalla con la naturaleza- es que decimos que esto es una falsificación; un documental con un guión escrito en piedra. A esto lo apunto con el dedo porque es necesario para entender la rebelión del Colectivo Los Hijos, no para lanzar piedras frente al (supuesto) pecado de una mentira. Sin embargo lo esencial sobrepasa el ejercicio formal que se podría pensar a primeras luces. El sol del membrillo es el punto de partida de su cine por las ideas que construye en su argumento, más que por la forma en que se expone.

López García, en El sol del membrillo, se planta con la idea de pintar el membrillero con sus frutos floridos. No usa una fotografía porque quiere acompañar al árbol y así capturar con mayor exactitud su esencia; más como un protagonista que un observador. Sin embargo, a pesar de lo romántica de su propuesta, las lluvias inevitables del clima lo obligan a poner un toldo sobre su sitio de trabajo. Así, la naturaleza de su labor se transforma: está interviniendo, y con eso deja de ser un actor secundario en la vida del membrillero. Sus frutos y hojas, además, están pintados para marcar la evolución de su crecimiento. La realidad se trastoca y selecciona; percibimos la primera inconsistencia en la filosofía purista de la proyección. Luego, ya que las lluvias traen las nubes que transforman la luz, López García desistirá del proyecto de pintar el membrillero al óleo; no consigue la luz que quiere por lo que cambiará sus herramientas y comenzará a hacer un dibujo en detalle, como si por proyectar una imagen más específica esta adquiriera mayor sustancia. Pero desiste otra vez, no a fuerzas externas y visibles, más bien por algo personal e inespecífico, como si con la disposición de ese espejo se haya dado cuenta de que siempre estamos mediados, desde el saludo al chofer hasta la lectura nocturna. Desistir es, en este caso, la mejor forma de aprender e iniciar nuevos caminos; de ahí nacen Los Hijos, de la consciencia de una imposibilidad.

El sol en El sol del membrillo -cortometraje de 13 minutos- más que lanzar una atómica respuesta, extiende el panorama del documental que hablamos para apuntar, y por qué no advertir, de las realidades del ejercicio del cine -traspasando así las ideas de la pintura al video-; usando, precisamente, la pureza y el minimalismo que toman esas escuelas documentalistas para (intentar) captar la esencia visual de la vida. La idea de Los Hijos se proyecta limpia y sincera, no hay necesidad de perderse en extravagantes interpretaciones. Lo que hacen, básicamente, es devolverle a la tierra el cuadro de López García para que termine lo que, en su inalterada naturaleza, estaba puesto en un principio. Ese es el primer punto que da la claridad suficiente al paisaje para seguir caminando. Luego la estructura del cortometraje se va ordenando en días –lunes a sábado- que conforman las cuatro semanas en las que se separan estas capas del ejercicio fílmico, como un zoom que lentamente se va retrayendo a su posición original. Así entonces, la primera semana está el cuadro azotado por el clima, siguiendo con el cuadro y planos del clima, a la tercera semana se agregan las voces discutiendo los aspectos técnicos, y en la última la intervención directa sobre el cuadro y así sobre el cortometraje. La última semana, eso sí, termina en domingo, el día en que vuelven a la ciudad; esperando, quizás, entender que el cine es una construcción continua, que su proyección material es producto siempre de otras proyecciones subjetivas. Un ejercicio casi que pedagógico sobre las imposibilidades del cine -y de la proyección purista en general- y que está elevado por la aceptación de estas, cual persona que termina reconociendo su inconsciente tras una terapia psicoanalítica. 

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