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Con la internet la información parece infinita,
cuando lo cierto es que es finita y que la realidad son las posibilidades
multiplicadas. Mentiría si dijera que antes la forma de acceder a la
información era así y asá y ahora me siento maravillado con los caminos que me
han abierto los medios masivos. Casi que nací con internet y nunca leía los
diarios. Un casi que nací porque la información se me desplegó
conscientemente a los 17 y me instalaron banda ancha a los 14. Entremedio
llegaron las películas y después de los tres sucesos asentados me di cuenta
que, muchas veces, si quería saber de algo ni siquiera tenía que conocer su
existencia, nada más había que esperar (en un sentido lírico) porque si era
relativamente relevante este se mostraría por su cuenta. Suena medio bíblico:
la información revelada., pero así parece que funcionara. Está este universo de
datos flotantes y está la gente abajo mirándolos: con el tiempo, como
alimentados por los ojos que los observan, agarran peso y caen como las tablas
de moisés. Y así, después de navegar por varios circuitos, terminas acá. Quizás un amigo
te recomendó a Elliott Smith y lo escuchas por
primera vez; quizás estás pasando por algún quiebre o nada más es esa hora del
día en que la melancolía se asienta y escuchar a un artista muerto te pone en
sintonía; puede también que sea producto del azar, que luego del undécimo click
por entre los related videos el punteo de esa guitarra te haya detenido y,
después de unos segundos hipnóticos, el viaje fuera de foco a través de la
ventana del auto te haya cautivado. Así, Janela
da Alma, sin buscarla ni esperarla, te golpea en la
cara como esas hojas de diario que en las caricaturas de la infancia traen
alguna revelación o una noticia importante que quiebra la trama; que nos
quiebra el día con la curiosidad que traen los mundos extraños. Después de
todo, estamos bombardeados siempre por los mismos temas: que la noticia
policial, que la chick-flick, que si es coca-cola la bebida, que bienvenido a
copec buenas tardes mi nombre es Matías en qué lo puedo ayudar, que el cuadrado
del binomio, que no me siento para dar el asiento, que los comerciales en el
metro, que el afiche en el paradero, que si llevo hallulla o marraqueta y en la
casa los mismos fideos de ayer. Poco sabemos sobre los mundos ajenos y, no sé
ustedes, pero el Aló Eli nunca me gustó.
En resumen, el documental se estructura alrededor de las ideas de estas 19
personas que sufren algún tipo de discapacidad visual: desde el estrabismo
hasta la ceguera total; discursos que son a la vez atravesados por distintas
imágenes, como el video mencionado en el párrafo anterior, que nos ponen a tono
con el mundo al que volamos. Vale mencionar que Walter
Carvalho, el director de fotografía
de Central do Brasil, además de
co-dirigir Janela da Alma junto a Joao
Jardim, fue el encargado, obviamente, de la
fotografía, así que hay una mano conocida y validada tras este trabajo, lo que a
la vez reafirma la sorpresa de por qué no nos habíamos topado con esto antes.
Discapacidad es un término engañoso,
al final, de manera consciente o no, damos cuenta de que varios de ellos nunca
se han sentido inferiores por su condición y que han logrado conformar su mundo
sin ningún problema aparente. Si los ojos son las ventanas del alma, estos condicionan
solo en parte nuestra vida: el vidrio puede ser transparente, estar trisado o tener
teñidos cromáticos, siendo sus características un agregado, nunca un
determinante. Partamos con que no vemos con los ojos, vemos a través de ellos,
y, si se me permite caer en metáforas un tanto revueltas, me imagino una
linterna que apunta hacia el patio, hacia afuera; desde adentro y a través del
vidrio de la ventana de esta casa de campo vamos iluminando como el foco
solitario de un teatro a oscuras. Esa linterna se parece mucho más al acto de ver que la simplicidad de la biología
visual. Puede que afuera llueva, que
el vapor del respirar nuble el vidrio, incluso que la ventana esté muy alta y
ya no podamos ver el pasto sino sólo una línea de estrellas en lo alto, pero
independiente de tantos factores, al fin y al cabo, el que prende o apaga la linterna,
el que apunta y encuadra dentro de esta vasta gama de posibilidades, es uno.
Entonces ¿Cómo debemos ver? ¿Hay acaso una lista de características única y
fundamentales? El profe de Biología diría que sí, que la evolución de la
especie depende de ello. Pero la verdad es que en estos tiempos en que hemos
dominado el ambiente y es la individualidad lo que prepondera, tener una discapacidad nos afirma como individuos
y reafirma otras capacidades que de otra forma quizás nunca hubieran existido. Wim
Wenders, por ejemplo, decía que a los treinta se
decidió por usar lentes de contacto, pero que a los pocos días,
inconscientemente, se encontraba buscando sus lentes viejos porque le hacía
falta el encuadre que le daban, sin ellos la vista era muy amplia y, como
cineasta, tenía la necesidad de seleccionar. No hay ejemplo más cinematográfico
que ese.
En Waking Life hay un momento en
que uno de los tantos personajes con los que se encuentra Wiley
Wiggins le dice algo así como que las palabras son
inertes. En el principio, claro, funcionaban bien: cuando necesitamos agua o
queríamos avisarnos del peligro inminente nada más les inventamos un sonido.
¿Pero qué pasa después? Cuando comenzamos a hablar de nuestras frustraciones,
del amor, de los sueños. Con las cosas es fácil, pero ¿Y las sensaciones?
Cuando hablamos de ellas, decía, estas palabras cruzan hasta el cerebro del
otro y se corresponden con las propias experiencias que estén asociadas a esa
idea, de ahí viene el “ah, entiendo”, sin embargo ¿Qué es lo que se entiende? Se entiende de lo
que estamos hablando; un circuito limitante de lo que puede ser que el otro se refiera, pero nunca como una
correspondencia perfecta; nunca como la respuesta correcta, sólo como un
porcentaje aproximado. Estamos solos, dicen. Pero Janela da Alma, en un nivel
que bien puede estar sólo en la particular subjetividad de quien escribe, lo
anuncia como un regalo. Una individualidad que es más el postre helado de una
comida demasiado pesada, que las ásperas vueltas de una noche de insomnio.
Después de todo, en tiempos donde las imágenes se manipulan como los objetos de
una línea de ensamblaje para vender más que comunicar, el cine se alza como la
proyección de, precisamente, esa individualidad propia del mundo solitario al
que cada uno pertenece.
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