8 de agosto de 2011

Ghost Dog: The Way Of The Samurai (1999)


Ghost Dog: What is this Louie?
Louie: I knew...
Ghost Dog: This is the final shootout scene?
Louie: I guess it is
Ghost Dog: Yeah, well, it’s very dramatic. It’s very dramatic.

Qué gran película. Independiente de qué trate, de si te gustan los géneros, de si odias las razas, de si te dan asco las palomas, de si escuchas hip-hop, de si entiendes francés, de si no entiendes los fundidos, de si prefieres los gangster, los samurais o los negros, qué importa. Todo pasa a un segundo plano cuando te das cuenta de la capacidad narrativa de Jarmusch.

Cuando se escribe pensando en cine aparecen varios factores que de alguna forma nublan, y porqué no, también corrompen el proceso de traducción de la mente a las letras y al papel. Escribir pensando en cómo se va a ver. Pensar en las imágenes desglosa de alguna forma la unidad que una historia, un guión, debería tener. Un ejemplo de ello es Wes Anderson, y en especial Rushmore (1998), donde el valor, más que en la historia que viene a relatar, está en su poder estilístico; las infinitas referencias a ‘cosas’, los ridículos personajes, sus secuencias y planos tan ‘planos’, el montaje, y en general todo aquello que tenga que ver en ‘cómo se ve’ es lo que le da ese aire tan indie y tan Anderson. Es así que por el mero hecho de ser un oficio que requiere de las imágenes da el espacio para que las letras puedan ser empujadas disimuladamente para un lado. Otro ejemplo más claro aún es el cine de ciencia ficción, o no, mejor dicho, el de efectos especiales.

Las películas que se filman a partir de una novela siempre tienen un gran trecho avanzado, no es lo mismo escribir para la pantalla que para los libros. Un muy buen ejemplo de literatura pura es Revolutionary Road (Sam Mendes): el avance paulatino de los sucesos., desde esa discusión a un costado de la carretera, hasta ese final bien literario en que el caballero (el marido de la arrendataria y padre del genio/loco) se cansa de escuchar la mierda que juzga sobre los Young Wheeler y baja el volumen hasta apagar el aparato con el que escucha (qué-sé-yo-cómo-se-llaman). Los vecinos que son lo convencional, los sueños oprimidos por la vida segura. El tipo ese medio loco que es el único que parece entenderlos. Los amantes. Los gritos, las sonrisas cínicas, perderse en el bosque, la locura, el niño que viene que confirma lo inevitable. Todos escalones al bajo tierra de un suburbio de casas pintadas.
Claramente el trasformar una historia ajena en imágenes requiere de cualidades igual de valorables como las de un literato, no por nada Kubrick marcó tan fuertemente al cine.

Es por ello, y mucho más, que el cine de Jarmusch es tan original. Hay varias líneas, elementos y discursos que se van desarrollando. Los animales, que son parte de la old-school cultural japonesa, como las palomas (blancas, negras y bicolor), el perro y el oso (que son la equivalencia del samurai), que junto al cementerio forman parte de los tanto elementos conceptuales del filme (uno de las primeras notas sobre el código decía que el samurai estaba muerte en vida, sólo para servir a su maestro). Las razas: todo el racismo lo expresan acá los gangsters, contra indios, puertorriqueños, y negros (en la mesa cuando se burlan de los nombres, y cuando buscan a Ghost Dog en las azoteas es notable. ‘’Stupid Fucking White Man’’), mientras que nuestro héroe samurai debido a la relación que tiene con el haitiano (los mejores chistes están en sus conversaciones), que a pesar de la barrera del lenguaje se entienden y respetan, ya sea jugando ajedrez o mirando a un hispano construir un bote dentro de su casa. Es la contraposición al racismo maldito.
El género: ha de ser su característica más notoria y entrañable, los gangsters de Jarmusch están atrasados en el arriendo de su cuartel que, al parecer, es un restorán chino (já). Sufren humillaciones varias, como la de un niño que les tira juguetes desde un tercer piso, o como ser detenidos por un policía. Gangsters que gustan del rap, que lo cantan y lo bailan en el baño. Tipos que cuando tiene que terminar un ‘trabajo’ se cansan de sólo subir las escaleras. Y por sobre todo, uno de los elementos más importantes quizás, gangsters que miran caricaturas. Elemento infinitamente narrativo, así como Tsai Ming-liang usa musicales independientes de la historia lineal para expresar los distintos estados de ánimo de sus personajes, acá Jarmusch, por el carácter de la caricatura, sintetiza y a veces predice los distintos sucesos. Y vale notar que no son cualquier caricatura, no son inventos para la película, son episodios reales del Pájaro Carpintero, Betty Bop, Felix el Gato y otros.
Continuando con el género, tenemos en la contraparte a Ghost Dog (Forest Whitaker) que absorbe las leyes de vida del código samurai una vez que Louei, uno de los gangsters, lo salva de ser asesinado en algún barrio bajo. De ahí en adelante quedan amarrados, Louei como el maestro a quien Ghost Dog debe servir. Sin embargo, a pesar de que nunca se revele en contra de este código de honor y esté siempre resguardandolo de cualquier peligro, el que lleva los hilos del asunto es el negrito, no el pseudogangster-italoamericano. John Tormey (Louei) es patético, un chiste, nunca hace nada. Bueno, ya lo dije, pero todos son un chiste, hasta el acto del que se sucede el drama entre ambos géneros es ridículo.
Por último el final, excelente. Jimmy sos un crá'.

El discurso subterraneo predominante (porque hay varios), o más potente, es el del ciclo de la vida y la transmisión/transformación de las culturas. Los libros son el objeto que cumplen con esta parte (por eso me gusta decir que Jarmusch es un lector y narrador nato), son el conductor de la historia y sus tradiciones. Hay varios libros en la película que van y vienen, pero el más importante es el primero. El Rashomon, libro japonés, lo estaba leyendo la hija del gangster master cuando Ghost Dog irrumpe en la pieza para matar al otro italoamericano que se acostaba con ella, allí ella le presta el libro para que lo lea, Ghost Dog luego se lo entrega a la negrita chica que conoce en el parque, luego ella se lo devuelve, y el se lo entrega a Louei antes de morir. Se entiende a donde va esto, el libro después vuelve a las manos de la primera señorita. Entonces, tenemos a la chica del libro japonés que ‘hereda’ esta pseudomafia, y a la negrita chica que hereda las enseñanzas de Ghost Dog. Obviamente esto también se desprende de los diálogos, y de muchas frases importantes/ridículas (porque acá no hay nada que esté dicho con absoluta seriedad, para qué) que no tiene sentido buscar.
Por esta cantidad de elementos que terminan por encerrar el círculo narrativo es que Jarmusch se merece todos los aplausos, y bueno, uno que otro premio no le haría mal.

Quería mencionar a Tarantino, el rompe géneros. Tiene sus súper diálogos que a todos nos gustan, y su amor por la violencia que nos gusta aún más, y por esos simples asuntos es que tiene a la audiencia y las salas llenas y las ganancias. Por otra parte (resumiendo) Jarmusch claramente llega a otro nivel cinematográfico, más lejos incluso que los Coen. Pero el asunto es simple, para disfrutar de su cine hay que saber de cine, he ahí que pocos gasten en palomitas por él.

Ah y por último, una escena increíble, ilustrativa del tono que deben tener en general las películas de Jarmusch, o de su postura frente al cine al menos: Ghost Dog camina de vuelta a su casa luego de comprar comida para sus aves y ve que en un callejón un (claro) malandrín está siguiendo a un viejito que camina a su auto. Las tomas son extremadamente sugerentes de lo que va a pasar. Hay un plano de Ghost Dog dejando la bolsa en el suelo para, claramente, intervenir en la situación que, claramente, se ve venir. El plano vuelve al callejón, y para cuando el malandrín se dispone a cometer lo suyo el viejito se da vuelta y le pega unas patadas karatecas, ni siquiera una espantada, sino unas patadas como si se tratara de Bruce Lee o Jackie Chan. Ghost Dog mira decepcionado o sorprendido, no sé, Forest Whitaker no tiene muchas expresiones, y se va. Notable.

Louie: Nothing makes sense anymore.




(es verdá’)

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