9 de agosto de 2011

Night On Earth (1991)

IMDB

Los Angeles. Atardecer. Wynona Ryder a los 20 conduce un taxi sentada sobre una guía telefónica, mastica chicle y enciende cigarros compulsivamente. Lleva a una especie de cazatalentos que busca actrices nuevas y desconocidas, actrices con cara de cine indie para quién sabe qué.
Está bien este segmento, bien porque cumple con la calidad introductora de la narración. Es la única parte de las cinco en que hay un extenso preludio antes de que el taxista y sus pasajeros echen a correr el taxímetro. Está bien porque no es tan extraño e interesante como los cuatro siguiente. Puede que sea la exagerada actuación de Winona Ryder, o puedo ser yo también. No me gustan mucho esos personajes medios subversivos cuando no tiene un tinte ridículo o irónicamente profundo. Aunque después de todo, todos los personajes de Jarmusch son un tanto histriónicos, puede que sea yo el que se topó con un rollo más personal.
Al final la mujer rubia (que anda con un traje muy a lo Cruella de Vil) le ofrece trabajo de actriz, pero esta lo rechaza a pesar de sus insistencias y argumentos sobre la oportunidad que le está dando y blabla. Wynona le recuerda lo que le había dicho antes, que su vida iba como quería y su sueño de ser mecánico estaba a unos viajes más. Ese es de alguna forma el pesimismo de Jarmusch, y que va de la mano con su mente no-cliché. Acá en ninguna de las historias sus personajes encuentran la redención o la oportunidad para cambiar sus vidas, varios sí ven la oportunidad al toparse con cosas que parecen clickearles la mente, pero aún así sus vidas continúan por el río de las decisiones previas. Ese río que no tiene nada que ver con el destino, sino con la coherencia de la realidad, o la realidad de la coherencia, como sea.

New York. Acá está la referencia más directa a sus temas sobre la raza y al sentido que tienen los taxis en la película. Yo-Yo (negro) termina conduciendo el taxi de Helmut (ruso) ya que el ex payaso de circo no sabe cómo usar los cambios automáticos. De ese suceso se desprende el viaje casi turístico que le entrega Yo-Yo; le muestra el puente de Brooklyn, se encuentra con su cuñada con la que le dan una muestra del lenguaje que a todos nos hace eco, se ríen de sus nombres (así como sucede en Ghost Dog), y se dan cuenta, como un acto pro-cultural, de que ambos llevan el mismo sombrero. Como el del Chavo del Ocho pero más invernal, o como el del Guardian entre el Centeno quizás. Sí, ese se parece más.
Una vez que Yo-Yo llega a su casa le da unas vagas instrucciones al ruso para que vuelva al centro, él con su carácter de extranjero despistado hace como que le entiende, como que sí va a recordar que tiene que doblar a la derecha. Luego de partir, sin tampoco haber aprendido a conducir, dobla a la izquierda. Después viene una secuencia bien triste de él perdido por el Brooklyn nocturno, y entonces así como pasó con la historia de Los Angeles, aquí todos terminan igual a como estaban antes de subirse al taxi.
El taxi como un motor cultural (y aquí me pongo a divagar por la manía de darle un sentido a todo), porque en ningún otro lugar estamos tan obligados a encontrarnos con diferentes personas y compartir un espacio reducido por largo rato. El acto de Yo-Yo de mostrarle la ciudad a este extranjero es quizás la cualidad más extraordinaria y a la vez menos valorada de los taxis y las micros. Quién necesita gastar un viaje en un bus de dos pisos con locutor para conocer la ciudad. No me gusta el turismo, las ciudades no se conocen por sus monumentos ni por las fotos que se toman, hay que estar ahí.

París. El mismo actor que hace del haitiano en Ghost Dog es asediado por unos hombres de traje que claman ser personas importantes para el mundo, deben juntarse con el embajador le cuentan. El taxista, que ya no es haitiano sino africano oriundo de Costa de Marfil, por largo rato tiene que soportar sus insultos racistas, sus risas y burlas por lo torpe que es para conducir. Aparentemente el hombre es medio ciego, y la víctima en esta mitad del cuento parisino. Después de explotar y echarlos afuera de su taxi agarra a otro pasajero, una mujer ciega. Bacán, creo esta es mi favorita.
En el viaje es el africano el que ahora se pone racista, y esto es interesante porque ahora se convierte en un asunto que supera el acto de repudio por las razas, y que se refiere directamente a esta casi-que-cualidad humana por tener que sentirse siempre superior a los demás.
El negrito del taxi le va haciendo preguntas sobre cómo sobrevive con su ceguera. Cómo es que come zanahorias si no sabe de qué color son, cómo tiene sexo sin miedo a equivocarse. Le pregunta algo sobre que si sabía de qué color era él, y la reta a identificar su acento. Las respuestas de ella y su actitud son lo mejor.
Cuando llegan a donde debían llegar ella le pregunta que cuánto tenía que pagar. Un plano al taxímetro. Él da vuelta la cabeza y le dice “40”. Ella se indigna y le grita, le dice que si creía que era estúpida, que no tenía que sentirle lástima o cosas por el estilo. ‘’Sé exactamente cuanto tiempo llevamos en este taxi, son 49 o 50. Toma quédate con el cambio’’ y se baja. El negrito se queda pegado al volante y al fondo, bien en el fondo, se escucha una música melancólica que se funde con su sonrisa de “oh, la vida es bella’’. La cámara sigue a la señorita caminar junto al canal, a lo lejos el ruido de un motor partir y sin siquiera dar un par de pasos más se oye el bocinazo y el estruendo de los hierros golpeados. Se escuchan gritos, insultos de raza y la pregunta de si acaso eres ciego. La mujer se ríe y con el viento se va caminando. (Jarmusch)
Bonitos colores los de parís.

Roma. (intentaré) ser preciso. La noche se vuelve más oscura y con ella las cosas más retorcidas también (los travestis y los tipos follando sobre la motoneta). El taxista es el más loco de todos los personajes anteriores, en los últimos al menos había una cuota de inocencia y normalidad.
Monólogos mientras conduce por la ciudad, diálogos con la radio. Quiere confesarse con el cura que lleva de pasajero, le cuenta de las calabazas, de la oveja y la mujer de su hermano. De la pubertad y lo que todos vivimos pero mezclado y retorcido con lo anterior. Al cura de tanta locura sexual al parecer le da un paro cardiaco, pero durante todo el camino está tocándose el traje como si este lo estrangulara (bien).
El italiano fue el mejor idioma que se podría haber elegido para este personaje, y claro que para la historia también. ‘’¿Va al vaticano obispo?’’ le pregunta cuando se sube., ‘’Será cura pero pesa como un cardenal’’ mientras lo acomoda en una banca después de ‘estirar la pata’ como dicen.

Helsinki. Amanecer. Las cosas adquieren un tono melancólico, propio del ciclo que deben seguir la noche y la narración. Acá las cosas sí se vuelven tristes y también mucho más pesimistas que los relatos anteriores. Los dos amigos que abandonan al tercero nada más porque el taxista tiene una historia más penosa que la suya. El despreciar, así de ridículamente, al que tiene menos que los demás. Fácil de conjugar con la historia del africano y la mujer ciega.
La película termina con el tipo del que hablo afuera de su casa sentado sobre la nieve, y unos vecinos con sus maletines que lo saludan de buenos días mientras en el fondo, allá arriba, el cielo cambia de color.

Entonces tenemos los taxis, las ciudades y la noche. Tenemos monólogos de locura, insultos de negros del Bronx y defensas por la ceguera. Tenemos luces, nombres que dan risa y muchos cigarros. Buena música también, música de Tom Waits que prende (bizarramente) las noches de la tierra. Un guión con frases directas y sugerentes. Tenemos a Jarmusch con su narración, y la tierra con sus lenguas, colores y calles pavimentadas.

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